Un común singular

A continuación podéis leer un artículo en el que cuento parte de nuestra experiencia en los cuatro años de funcionamiento del Seminario 'Lo personal es políitico'. Se ha publicado en la Revista Duoda nº 38 y tal vez os interese.


UN COMÚN SINGULAR

Como muchas cosas importantes que me han sucedido en la vida, el seminario ‘lo personal es político' ha nacido y crecido atendiendo a lo que ha ido sucediendo en cada momento, sin la pretensión de llegar a un lugar prefijado forzando los acontecimientos ni suplantando la realidad con idealizaciones.
Esto no quiere decir que hayamos deambulado sin rumbo. Nos hemos guiado por el deseo de hacernos presentes en el mundo sin avasallar, o sea, buscando los modos de hacer congeniar la libertad con la convivencia  y, por tanto, de abrir los conflictos sin violencia. Y, como dijo Delfina Lusiardi, ‘el deseo no es un proyecto, sino una especie de fuerza que provoca un desplazamiento’ .

LOS INICIOS
En el verano de 2005 sufrí una intervención quirúrgica que tocó la raíz de mi vida y me hizo tomar una conciencia profunda de que soy cuerpo finito y vulnerable. Fue una revolución interna que expandió e intensificó mi mirada, también la fuerza de mi deseo.
Saboreando aún esa revolución, Conchi Jaramillo Guijarro me propuso impartir un curso llamado ‘lo personal es político’  en la Escuela de Otoño de la Escuela de Animación Juvenil e Infantil de la Comunidad de Madrid. Con esta propuesta, ella quiso traer a esas jornadas un saber creado por mujeres que no es reducible a la lógica de los géneros, haciéndolo disponible para quienes quisieran nutrirse de él.
Impartí ese curso, por tanto, desde la consciencia de ser cuerpo finito y sexuado, lo que me llevó a crear un intercambio más hondo y humano con las personas que asistieron al mismo. Algunas y algunos se emocionaron por todo lo que allí sucedió y por entrar en contacto con otro modo diferente al habitual de entender la política. Hablamos de una política que se hace en relación, que toma cuerpo cada vez que alguien se presenta en el mundo desplazando la violencia y que no es devastadora porque asume, como dijo Lia Cigarini un día, que no podemos cambiar el mundo, pero sí nuestra relación con él, lo que, aunque puede parecer lo contrario, mueve muchas cosas.
Esta emoción, junto a la confianza que ellas y ellos depositaron en mí, les llevó a solicitar un curso más largo, el cual, a su vez, derivó en este seminario que inició su andadura en mayo de 2006 y que aún permanece vivo.

SOMOS MÁS DE LO QUE SE VE
Saber que cada ser humano es mucho más que una imagen o que unas cuantas conductas, me ha permitido relacionarme y expresarme con más cuidado, desde la conciencia de que mucho de lo que se juega en cada intercambio no se ve a simple vista. Por ello, en este seminario, decidí dar tiempo y espacio para tomar contacto con los diálogos, conflictos, deseos, machaques, sensaciones, recuerdos, imágenes o fantasías que se dan en nuestro interior.
Ver, escuchar y acoger lo que hay en nuestro mundo interno como algo que somos nos da un suelo más firme sobre el que caminar. Nos da la posibilidad de partir de todo lo que somos, y no sólo de lo que aparentamos o de lo que más se ajusta a un ideal, para ir más allá. Y, como lo que somos está en continuo movimiento y transformación, indagar en nuestro interior es, cada vez, toda una aventura.
En nuestros encuentros, hemos aprendido que gran parte de la dificultad para ‘estar en sí’ tiene que ver con el miedo a mirarse y a responsabilizarse de sí, ya que no siempre nos gusta lo que somos y a menudo nos asusta el reto de SER. También hemos descubierto que aceptar lo que somos en cada momento, sea esto lo que sea, nos guste más o menos, nos da una paz que aligera y quita frenos a la posibilidad de creación y transformación.
Esta ha sido una apuesta de veracidad que nos ha humanizado y nos ha permitido poner en juego algunas de nuestras miserias, grandezas, contradicciones o deseos en un contexto de confianza. Asimismo, ha hecho posible pensar y acercarnos a distintas cuestiones sin dogmatizar.

SOMOS CUERPO
Reconocernos cuerpo significa tomar contacto con nuestra vulnerabilidad y dependencia. Cosa nada fácil en un mundo que nos invita constantemente a superar nuestros límites y a andar por la vida como si fuéramos inmortales. Esto es aún más difícil para los hombres, ya que la presión para que actúen como si fueran autosuficientes es muy alta.
No es una tarea que se haga de una vez para siempre. Aún estamos en ello. No ha sido fácil hablar sobre el paso del tiempo, el cuidado de los cuerpos, el sentido de la vida, el haber nacido de mujer o el horizonte de la  muerte sin echar mano de discursos prefabricados. Indagar en la propia experiencia, atender a los miedos y a las heridas, cuidarnos ante lo que resulta difícil nombrar, nos ha permitido ahondar en esta reflexión con verdad y respetando el ritmo que hemos ido necesitando.
La contundencia con la que yo vivo el hecho de ser cuerpo me ha llevado, en más de una ocasión, a impacientarme ante las resistencias que han ido surgiendo. Pero he sabido pararme a tiempo porque siempre fui muy consciente de que, en estas cuestiones, no tiene sentido forzar las cosas. Y así, poco a poco, hemos podido compartir experiencias que han marcado de forma radical la visión que cada cual tiene de la corporeidad humana: el dolor por el Alzheimer de un padre o por el suicidio de una madre, la sabiduría de quien ha vivido en un cuerpo enfermo o de quien ha superado una anorexia o de quien ha sabido nombrar los abusos sexuales sufridos, y también, la emoción ante la nueva vida que crece y nace en el propio cuerpo, el placer de sentir el sol o la lluvia, el asombro ante todas las posibilidades que nos da el hecho de ser cuerpo.
Indagar en todo ello nos ha hecho valorar con más hondura el estar vivas y vivos. Nos ha dado  más soltura a la hora de cuidar sin descuidarnos, de acoger el dolor ajeno sin ningunear el propio dolor y sin negar la belleza y la alegría que también existen incluso en los contextos más inhóspitos y difíciles.
Sabernos cuerpo ha significado también, como no podría ser de otra manera, reconocer la sexuación humana, o sea, tomar conciencia de algo aparentemente obvio pero que no siempre lo es: pertenecemos a uno u otro sexo. Todas las personas que forman parte de este seminario se incorporaron a él con una reflexión previa sobre la diferencia sexual, sobre el sentido y el significado que tiene o puede tener ser mujer u hombre en este momento histórico. Esto me dio confianza, ya que deseaba que la relación de y entre los sexos fuera fructífera.
Para las mujeres de este espacio, decir ‘soy una mujer’ ha significado, entre otras cosas, poner cuerpo al deseo de continuar dando vida a esa genealogía de mujeres libres que a lo largo de la historia nos ha dejado grandes legados y una mayor disposición para entender y aceptar a la propia madre. Ha supuesto, además, dejar de compararnos con los hombres para poder nombrar y dar un sentido propio a lo que somos, hacemos, necesitamos y deseamos.
Para los hombres decir ‘soy un hombre’ ha significado salirse de ese neutro pretendidamente universal, lo que ha hecho que lo que dicen y aportan los hombres deje de hacer sombra a lo que dicen y aportan las mujeres en sus miradas, permitiéndoles verlas y valorarlas con más nitidez. Asimismo, les ha llevado a nombrar, desear y vivir una masculinidad libre de violencia, dejando sin sentido esa complicidad patriarcal que se sostiene en el desprecio hacia las mujeres y creando otra complicidad más libre y vital.
Tras casi tres años de intercambio y reflexión sobre nuestra sexuación, cuando ya habíamos logrado una mayor confianza, les propuse, a modo de juego, escuchar qué nos decían nuestras caderas.
Las mujeres comunicamos el placer de moverlas, de cargar objetos o criaturas en ellas, de sentirlas en el centro de nuestra sexualidad y de nuestro equilibrio, y la única madre que había entonces en el grupo relató lo que le supusieron a la hora de parir. Hablamos de un placer que ha estado amortiguado por miradas y gestos violentos. .
A los hombres les costó hablar de sus caderas porque, según dijeron, no las tienen muy presentes en sus vidas. Unas caderas rectas que se mueven en el baile, en la sexualidad o en la precisión requerida por el deporte. Escucharlas fue una oportunidad para redescubrir el propio cuerpo. Algunos pudieron reconocer que parte de la violencia que habían sufrido tenía que ver con una estética y una forma de mover las caderas que se aleja del estereotipo masculino patriarcal.
Esta reflexión nos llevó a sentir a flor de piel la necesidad de risa y de juego. El deseo por parte de las mujeres de dejar sueltas las caderas sin miedo a ser violentadas y por parte de los hombres de ser cuerpo que se relaciona con otros cuerpos sin violencia, nos hizo bailar y sentir que, al menos en nuestro seminario, esto era posible.

SOMOS RELACIÓN
Al inicio de nuestra trayectoria hablamos mucho sobre las relaciones y la necesidad de situarlas en el centro de nuestra política, sobre los conflictos y la necesidad de abrirlos sin violencia, sobre la escucha de la singularidad y la búsqueda de mediación. Estas reflexiones despertaron alegría porque significaron poner palabras a necesidades vitales.
Sin embargo, lo que ocurrió en el tercer encuentro nada tuvo que ver con lo dicho en esas conversaciones y a mí me cogió desprevenida. Creo que, en el fondo, aún creía que compartir un discurso convincente y bien elaborado sobre cómo son y pueden ser las relaciones bastaba para dar forma al deseo de relacionarnos profundamente y sin violencia. Pero ahora sé que esto no es suficiente.
En esa sesión decidimos hablar sobre nuestra relación con el dinero, o sea, sobre algo que nos toca profundamente a todas y a todos.  Me desconcerté al ver que había muy poca escucha cuando, hasta ahora, ésta había sido la nota dominante. Tanto en las intervenciones de las mujeres como en las de los hombres primaron los monólogos sobre los intercambios, el interés por convencer sobre las ganas de entender, la necesidad de defenderse sobre la de encontrarse.
Todo ello llevó a preguntarme por lo que nos pasa realmente cuándo conversamos sobre algo que nos duele o cuando lo que dice el otro o la otra nos recuerda a una vieja herida. Y, en vez de pretender ir más allá, les propuse ir más acá. Con la ayuda de mi amiga Luisa Parrilla Cabrera , les invité a responsabilizarse de sí y a empezar a entender que la experiencia del otro o de la otra es en realidad una experiencia distinta a la suya.
Quizás se entienda mejor lo que quiero decir a través de algunos ejemplos de esa sesión. Yo quería que entendieran que cuando un hombre dijo que le gustaba el dinero, simplemente nombró lo que sentía. Sus sensaciones, en un principio, no tenían nada que ver con el dolor de una mujer que había carecido de recursos en la infancia, ni tampoco con la culpa que otra mujer sentía cuando tenía algo de dinero, ni con el enfado que un hombre sentía por las grandes injusticias que hay en el mundo. Cada una de estas sensaciones tenía una historia y un sentido. Si nos hubiéramos dado la oportunidad para descubrirlas y ver qué hay detrás de cada una de ellas, probablemente nos hubiéramos conocido más y enriquecido con ello. Asimismo, hubiéramos podido ver con más claridad si realmente había conflictos y, en caso de que los hubiera, en qué consistían.
Se nos hizo evidente la necesidad de aprender a relacionarnos sin prejuzgar ni imponer. Y, sobre todo, sin dar lugar a malentendidos que entorpecen el intercambio. Aún seguimos aprendiendo a escucharnos, a no confundir malentendidos con conflictos, a no confundir entender con comulgar, a no echar balones fuera. Ha sido un recorrido delicado del que hemos obtenido y seguimos obteniendo ganancias muy valiosas.
Este proceso ha sido posible por la confianza que las y los participantes depositaron en mí. Ésta me ha llevado a cuidar mucho nuestras relaciones para que ese reconocimiento favoreciera realmente la libertad y no diera lugar a una admiración estéril que, además de inflar mi ego, diera lugar a la mera repetición de mis palabras o, peor aún, a una lucha de poder.
A los hombres les ha sido útil estar en disposición de aprender de las mujeres, ya que nosotras estábamos más entrenadas en la escucha, la empatía, la expresión de sentimientos o el cuidado. Y, para nosotras, fue importante no caer en la autocomplacencia, ya que el hecho de que los hombres pudieran encontrar en nosotras algunas pistas para desarrollar este tipo de cuestiones no significaba que no teníamos aún mucho que ahondar y descubrir en eso de las relaciones humanas. Asimismo, desplazar la autocomplacencia nos ha permitido abrirnos a la posibilidad de aprender también nosotras del proceso que cada uno de ellos ha ido creando.

RELACIONES DE SEMEJANZA Y DE DIFERENCIA
Varias participantes me confesaron, en algún momento de este recorrido, que no terminaban de encontrar su sitio en este seminario porque sentían que no ‘daban la talla’. Estas confesiones me dejaron perpleja ya que, para mí, todas ellas son mujeres sabias e interesantes. Pero no bastó que yo les dijera cómo las veía. Ellas necesitaban algo más que palabras aleccionadoras, necesitaban tiempo y espacio para escucharse, poner nombre a esa inseguridad y situarla en un lugar no paralizante.
Reconocer esa inseguridad fue reconocer una de las maneras con la que las mujeres sentimos y manifestamos el poder entre nosotras. Desvelarlo nos ha permitido reírnos de esa ‘talla’ que en el fondo ninguna quería alcanzar ni deseaba que mediara en nuestras relaciones. Lo que queríamos realmente era estar rodeadas de mujeres singulares, libres, que movilicen y enriquezcan nuestra vida y nuestro pensamiento.
Para algunos participantes, reconocerse hombres en un espacio formado por personas de ambos sexos les ha llevado a enfrentarse al dolor por toda la violencia vertida por muchos hombres a lo largo de la historia, ante lo cual, han hecho un ejercicio de redención para aligerar esa carga y poder estar en paz con su propio sexo. Para todos, estar en este espacio les ha alimentado el deseo de dar significados libres, humanos y pacíficos a su masculinidad.
Cuando Guadalupe García Rodríguez  nos visitó para hablarnos sobre sexualidad, se generó una conversación muy tranquila en la que nosotras, las mujeres, hablamos sobre nuestro dolor, nuestro placer, la caricaturización de la sexualidad, el amor, lo que nos cierra y lo que nos abre al erotismo. Uno de los hombres se quedó sorprendido al escucharnos, le estábamos desvelando algo a lo que nunca le había prestado atención a pesar de haber tenido varias parejas femeninas, algo que fue haciendo mella en su forma de entender la sexualidad.
Pero, la disposición para aprender de las mujeres no siempre fue fructífera. Hubo un momento en que algunos llegaron a confundirla con ‘tener que ser como nosotras’. O sea, en lugar de descubrir en las mujeres una fuente de enriquecimiento, se vieron imbuidos por una sensación de inferioridad por no dar la talla de la comunicación y de la relación del mismo modo que nosotras. Una vez más se coló el poder, esa vara de medir que nos hace sentirnos menos o más en una jerarquía sin sentido. Destapar este nudo nos permitió compartir que lo que queremos, tanto ellos como nosotras, es verlos desplegar su capacidad de cuidar, amar o comunicarse y que lo hagan a su modo. O sea, deseábamos lo que en realidad ya estaban haciendo.
No hace mucho, uno de los participantes me dijo que soñaba con tener un grupo de hombres dirigido por mí. Yo lo interpreté como una forma de agradecer mi forma de acoger la diferencia masculina y todo lo que había aprendido conmigo, también que aún se sentía torpe para sacar toda la chicha a las relaciones con otros hombres sin ayuda. Pero ahí anda, buscando el modo de hacerlo. De hecho, en la última salida que hemos hecho al campo, se creó algo especial, había emoción, cariño, cercanía y risas entre ellos. Y nosotras estábamos felices de que esto fuera así porque, desde ahí, estamos convencidas que surgirán nuevas preguntas y reflexiones que nos enriquecerán.
Meses después, en una sesión que dedicamos al arte, un hombre regaló un poema a otro invitándole a profundizar en la relación que empezaban a crear. Fue un modo de decir que no todos los hombres son iguales, que no es igual la relación con uno que con otro, que en sus relaciones también se juega la disparidad y la singularidad. 
Pero aún nos queda mucho que ordenar. No hace mucho decidimos hablar sobre cómo nos sentíamos ante la transexualidad. Para nosotras fue una reflexión dura que nos removió mucho. Sin embargo, para ellos, para casi todos, esto no fue así. Nosotras intentamos entender qué lleva a alguien a decir que no se identifica con el sexo con el que ha nacido y lo hicimos desde la dificultad para dialogar con discursos e imágenes que desvirtúan y caricaturizan la complejidad de las experiencias femeninas. Mientras que ellos hablaron de un modo neutro, como si la transexualidad fuera solo un objeto de análisis y no algo que les afectara directamente.  Ante esto, les pregunté qué les había llevado a prescindir de su cuerpo a la hora de pensar: ¿situarse como los ‘normales’ ante lo otro diferente, el peso de la escisión patriarcal entre cuerpo o mente, o simplemente la necesidad de tomar distancia ante una reflexión muy difícil? Son preguntas que aún permanecen abiertas y que nos orientan a la hora de pensar conjuntamente.
Junto a ello, uno de los hombres sí se puso en juego en primera persona. Habló, entre otras cosas, de su dolor ante la existencia de hombres que rechazan su propio sexo, un dolor que tiene que ver con su propio recorrido vital en el que no le ha sido fácil aceptar libremente el hecho de pertenecer al sexo masculino.
Para poder dialogar con todo esto, he ido buscando el modo de que las mujeres pudiéramos hacer cuentas con nuestro resentimiento, el cual es fruto de toda la violencia vivida por el mero hecho de ser mujeres y que nos lleva a minusvalorar muchas de las cosas que ellos hacen o dicen por el mero hecho de ser hombres. Es un sentimiento que no nos hace bien y que nos lleva a relacionarnos desde la revancha, desviándonos de la relación singular con cada uno. Desplazarlo, nos ha dado la posibilidad de no encasillar las diferentes experiencias que han ido surgiendo en la relación con ellos, lo que, a su vez, nos ha permitido un intercambio más fructífero entre los sexos.
Este recorrido ha fortalecido y, a la vez, aligerado las relaciones entre nosotras. Las ha fortalecido en el sentido de que hoy hay más complicidad y libertad, y valoramos más la disparidad que hay entre unas y otras. Las ha aligerado porque se ha desvanecido la necesidad de tomarlas como una armadura frente a los hombres, lo que ha dejado más espacio para el intercambio entre nosotras, para la creatividad y para nombrar nuestras experiencias como mujeres.

SOMOS MUNDO
Cada uno y cada una hemos entrado a formar parte de este espacio trayendo la huella que la experiencia de mundo nos ha dejado. Hablar sobre ello nos ha permitido tomar una mayor consciencia de que la estructura social, económica y jurídica condiciona nuestras vidas, pero no las determina. En esa falta de determinación se abre espacio para la política. Preguntarnos por el sentido que cada cual da a su historia de vida y a su relación con el  mundo nos ha permitido salirnos de la predestinación, ver más allá y actuar con más libertad.
Una de las participantes nació en una chabola, o sea, vivió en la propia piel la pobreza y la injusticia. Mirar esa experiencia de forma consciente le ha permitido dar un sentido propio (no violento ni victimista) a la misma. Lo que, a su vez, ha orientado su relación con el dinero, con su madre y con su padre, con el poder, con su trabajo como educadora social, con la gente pobre y también con la rica, con su forma de ser mujer.
Uno de los participantes ha vivido el hecho de ser hijo de una ex – militante de un partido maoísta como una gran carga. Dialogar con esa carga le ha permitido entender mejor qué se coció en la lucha anti franquista y, a su vez, entender mejor a su propia madre. Desde ahí, ha ido desplegando una forma de hacer política que va más allá de la lógica de partidos y de la lucha de poder, y que pone el acento en su forma de expresar su masculinidad en diferentes contextos. Pero esto no le hace ahora sentir la necesidad de defenderse del pasado ni tampoco de su propia madre.
Y así podría seguir relatando el sentido político que cada cual ha dado a su propia historia. Lo que quiero decir con estos ejemplos es que mucho de lo vivido, trabajado y experimentado en este seminario ha dejado huella en los modos singulares que cada uno y cada una tiene de ver, sentir y actuar, o sea, en los modos de seguir creando su propio recorrido vital. Son formas de vivir que, a su vez, han ido dejando huellas en otras y en otros, huellas que han tomado formas, texturas e intensidades imprevistas y que se han dado en momentos y circunstancias inesperados, ¡como la vida misma!
Intentar entender la realidad que nos ha tocado vivir poniendo en juego la propia historia no nos ha impedido ampliar la mirada para ver más allá de lo que nos pasa directamente, tampoco nos ha hecho simplificar lo que es complejo.
Así, por ejemplo, cuando, con la ayuda de José Tormo Sánchez , hablamos sobre la globalización económica, pudimos dialogar sobre cómo ésta afecta a nuestras vidas y también cómo nuestras vidas alimentan o dejan de alimentar a su devastadora lógica. Sin perder ese hilo, pudimos ir más allá, nos pusimos a dialogar con datos e informaciones que nos resultaron significativos y a ampliar nuestra mirada hacia lo que pasa en otros contextos y países.
Hemos buscado el modo de abordar estas y otras cuestiones con verdad, sin forzarnos a hacer lo que no nos sale, reconociendo nuestras contradicciones y límites, haciendo cuentas con la dificultad y el dolor, preguntándonos por el sentido que le damos a lo comunitario y cómo queremos relacionarnos con el dinero y el trabajo.
Son muchas las preguntas que este recorrido nos ha traído: ¿cómo actuar desde el amor sin renunciar a ver los modos y formas con las que se presenta el poder? ¿qué hacer con el amor y con la violencia que hay en cada uno y en cada una?¿qué sentido dar a nuestras vidas sabiéndonos mundo? ¿cómo responder a todo esto siendo un hombre o una mujer singular?
Para mí, este seminario es, en sí mismo, una respuesta, es una obra hecha de amor y dinero que está en la raíz de otras respuestas y de nuevos interrogantes.

UN COMÚN SINGULAR
Somos un espacio en el que se juega algo profundo entre todas y todos, sin que ello nos lleve a igualarnos ni a tapar nuestras singularidades. Hemos ido creando relaciones de semejanza y de diferencia que confluyen en un entramado que nos hace ir más allá y más acá. O sea, nos hace llevar al mundo nuevas prácticas y reflexiones y, a la vez, nos lleva a estar más cerca de lo que hay en cada una y en cada uno.
En definitiva, somos mucho más que un grupo. Somos, como dijo un día uno de los participantes, un ‘común-singular’ abierto al misterio y a lo imprevisto, en contacto con el latido y la chicha de la vida.